El inicio de curso supone afrontar
nuevos retos de gestión emocional. Superar obstáculos propios y ajenos.
Hace tres años, me propuse
trabajar la empatía en mi aula y este propósito ha ido evolucionando con mis
experiencias educativas, se ha ido reajustando a las distintas necesidades, situaciones,
personalidades y ritmos madurativos de mis alumnos.
Mi punto de partida siempre son
las canicas de Lía, sus pequeñas cápsulas de tristeza, que reflejan las
distintas intensidades de dicha emoción, con los colores que de forma subjetiva
les atribuyen mis alumnos.
El siguiente paso, es solucionar
los problemas de gestión emocional de mis alumnos, para los cuales empleo las rutinas de pensamiento visible. Su
principal atributo para mí, es que nos ofrecen la posibilidad de desglosar los distintos pasos mentales que
nos llevan a resolver o gestionar una situación emocional.
En primer lugar, tenemos que catalogar e ilustrar, las distintas situaciones conflictivas de nuestra aula, teniendo en
cuenta que varían año tras año, por las diferencias madurativas, sociales,
personales, ambientales...
Está identificación de problemas
emocionales, recurrentes en nuestra aula, supone varias semanas de conocimiento
de las peculiaridades de nuestro alumnado.
Tras ese paso, identificamos con
el niño la emoción que le provoca esa situación, incluyendo o descartando emociones
simultáneas.
Y finalmente le proponemos al
alumno distintas soluciones beneficiosas para resolver de forma correcta ese
conflicto emocional.
Para estos dos últimos pasos, uso el emocionómetro del inspector Drilo, porque incluye emociones más complejas, como los celos o la envidia, ya presentes en infantil y además nos propone soluciones para gestionar dicha situación emocional.
Simultáneamente, entra en juego la empatía de los espectadores, que observan la gestión emocional de ese niño y entre ellos, nos encontramos los maestros.
Siguiendo los pasos de otra rutina de pensamiento visible (veo, pienso, me pregunto), observamos la situación, pensamos que emoción puede sentir el niño y nos preguntamos cómo aconsejar a nuestro alumno para resolver el problema de forma exitosa.
La asignación de un tiempo semanal
para realizar estas rutinas de gestión emocional, es imprescindible, porque un
niño sin buena gestión emocional, asimilará peor los contenidos a desarrollar.
Por eso, es bueno desencapsular
esa tristeza y que se marche con resiliencia, dejar que sus canicas se vuelvan
blancas, tal vez por el paso del tiempo, tal vez con nuestra ayuda con nuestra propuesta
de soluciones.